Extracto.

[...]

-¡Domestícame! - dijo el zorro.

-¿Qué debo hacer? -preguntó el Principito.

-Debes tener mucha paciencia -respondió el zorro-. Al principio te sentarás un poco lejos de mí, así, de esta manera, sobre la hierba. Te miraré de reojo y tú no dirás nada. El lenguaje es fuente de malentendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca...

El Principito volvió al día siguiente.

-Hubiera sido mejor -dijo el zorro- que volvieras a la misma hora. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, desde las tres comenzaré a ser feliz. Y cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro ya estaré inquieto y preocupado; ¡y así, cuando llegues, descubriré el precio de la felicidad! Pero si llegas a cualquier momento, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón... Los ritos son necesarios.

-¿Qué es un rito? -dijo el Principito.

-Es también algo demasiado olvidado -dijo el zorro-. Es lo que hace que un día sea distinto de otros días, una hora, distinta de otras horas.

[...]

-Claro que sí -dijo el zorro- Gané el color del trigo. Y agregó: -Ve a ver las rosas otra vez; comprenderás que la tuya es única en el mundo. Luego vuelve para que me digas adiós y te regalaré un secreto.

[...]

Y volvió donde el zorro.

-Adiós… -dijo el Principito.

-Adiós -dijo el zorro-. He aquí mi secreto. Es muy sencillo: sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible para los ojos.

-Lo esencial es invisible a los ojos -repitió el Principito, para recordar.